Agosto ha sido frío, algo antipático y con los niveles de Covid haciendo difícil ir a ningún lado sin sentirse incómodo, en riesgo. Aun así hemos hecho alguna escapada que merece la pena recordar. Por lo demás es como si la vida estuviese una vez más en suspenso, incapaces de decidir si lo que vamos a hacer merece la pena, si será demasiado arriesgado, si habrá que cancelar los planes en el último momento... Así lleva siendo un año y medio y nos hemos acostumbrado a la incertidumbre.
Pero no hicieron falta tampoco grandes planes, las niñas juegan a la española en la calle todo el día. Desde las 9 de la mañana ya vienen las amigas a buscarlas y juegan todas juntas hasta la noche. Quién me iba a decir a mi que conseguiría vivir en un sitio donde mis hijas pudieran jugar con otros niños sin necesidad de pedir cita con al menos dos semanas de antelación. Mucho hemos ganado desde que nos mudamos fuera de Cambridge. Qué feliz me hace ver lo felices que son, lo plenas que son sus vidas.
Gael es otra historia, para él su patria y su felicidad se encuentran detrás de una pantalla. Qué lucha abrir sus horizontes y convencerle de las bondades de sentir, exponerse y quebrarse, de levantarse tras las caídas, de escuchar a los otros y escucharse. Me temo que aún nos queda largo rato en esta senda.
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