jueves, 28 de junio de 2012

Coquito y Puchi


















Jamás había estado tanto tiempo separada de ellos. Ha sido un mes difícil en el que he tenido que prescindir demasiados días de despertarme a su lado, olerles, abrazarles, calmar su llanto, su hambre, sus desvelos... Demasiados días añorándoles, escuchando sus vocecitas al otro lado del cable, tiernas, adorables, lejanas.
No me han quedado ganas de escribir, tan sólo de estar con ellos, de empaparme de todas esas cosas cotidianas que uno echa más de menos. Apenas he hecho fotos. Me he limitado a estar para ellos, a estar, respirar, latir por ellos, con ellos. Y apretarlos contra mí, besarles, empaparme de ellos, sentir de nuevo la plenitud.

Gael ha terminado su primer año de cole y disfruta de sus primeras e interminables vacaciones de verano. Es adicto a los videojuegos y lo cierto es que es increíble verle jugar. Ya es un niño, me digo, ya no es mi pequeño. Ahora él quiere decidir sobre su vida y pretende imponerse, y cuando le llevas la contraria se enfada, grita, patalea, se revela ante ti hasta que desaparece toda efervescencia y sale, de entre las llamas mi pequeño, tierno, cariñoso Coquito. No sé de dónde vino el nombre, creo que comenzó siendo Cucú-Cucusito-Cuquito-Coquito de mi amor. Cosas absurdas de madre cuando el amor no encuentra nombre exacto y tiene que rebautizar las cosas. Pero mi niño, lleva siendo Coquito desde que era un bebé y creo que nunca dejará de serlo.
Sabe escribir su nombre, conoce su dirección, sus apellidos y habla ya a veces como si fuese una persona mayor y yo me derrito cuando se dirige en tono entre condescendiente y enamorado a su hermana "Ay mi niña, qué bonita eres". No se puede ser más maravilloso.

Naia sigue cantando cumpleaños feliz sin parar, se pone sola de pie y camina cogidita de la mano. Tiene ya ocho dientes y cuatro muelas y come con extraordinario placer cuantas viandas le des a probar. Le fascinan los animales, en especial Nana, por quien siente auténtica devoción y la llama sin parar esté o no esté a su alrededor. Grita exageradamente cuando algo no es de su agrado pero en el momento que desaparece su malestar emerge su alegría sin límite y lo llena todo como de improvisada primavera. Saca, o eso creo, lo mejor de mí. La mejor versión de mí misma o al menos la más feliz de todas.
Naia es Puchi. Tampoco sé por qué pero al igual que Gael, parece que de entre los millones de nombres que pudimos haberles puesto y aún habiendo dos nombres tan precisos para ellos como son Gael y Naia, parece que se les quedan pequeños y siento la necesidad de renombrarles.

Así Coquito y Puchi llenan mis días y mis noches, mis sueños, mis esperanzas. Son todo lo que un día pude desear de esta vida.