domingo, 10 de agosto de 2014

La Superluna y las Perseidas



























Esta noche hay una superluna que eclipsará la lluvia de estrellas o Perseidas que cada agosto llenan el cielo. Sólo podrán verse las más brillantes. El resto se perderán en el silencio. Esta superluna, que ocurre cada no sé cuántos años es un 30% más brillante que el resto de lunas llenas. Pero es la misma luna. Siempre será la misma. 

Ya no sé ni las lunas que hemos visto desde que nació Gael. Recuerdo su primer verano, paseando alrededor de la casa porque no había manera de dormirle. Y hacíamos kilómetros y kilómetros con el niño en brazos, cantándole, siendo cómplices de la luna, ante la que pasábamos una y otra vez, noche tras noche. Ahora es todo un mozalbete que ya se graduó de infantil y comenzará en septiembre primaria. Sigue siendo un poco complicado, pasa de ser el niño más dulce del mundo al más hermético. Cuesta arrancarle la coraza. Se protege. Se enfada, patalea y llora cuando las cosas no son como él quiere. Y esto ocurre muchas veces al día. Su mayor diversión siguen siendo los videojuegos -siendo Minecraft el máximo exponente de su vicio-, y fastidiar a Naia. No exactamente por ese orden. Es constante oír a la niña (en este mismo instante está ocurriendo) decir Gaeeeeel seguido de un: mis dibujos, mi muñeca, mi pañuelo, mi zapato, o cualquier otra cosa con la que ella estuviese entretenida y que su hermano decide quitarle para ver si pone un poco de emoción a su vida. Y así muchas veces cada día. Son agotadores.

Elsa tiene ya ocho meses y el 24 de julio, me hizo el mejor regalo de cumpleaños. Su primer diente. El incisivo inferior izquierdo y en cuestión de horas, romperá su encía el derecho. Sigue impresionándome su fuerza. Te busca continuamente para poner su diminuto cuerpito de pie. Agarra fuerte tus manos y en un momento ya está dominando el espacio y ansiosa por ir a explorar, a descubrir todo lo que le rodea. Te mira, y emite una especie de gruñido ancestral con el que dota a cada movimiento de más energía aún. Quiere tocarlo todo, probarlo todo, empaparse del mundo con una curiosidad y unas ganas increíbles para un serecito tan pequeño. Le encanta la papilla, el puré, la fruta y se lanza a lo que sea que lleve la cuchara, cuanto más sabroso mejor. Cuando tiene sueño llora, se frota, se encoge y su paraíso está al lado de mamá, en mi regazo, cogidita de la mano, acariciándola, mientras se va dejando vencer por el sueño. Todo aderezado, eso sí, con su chupete, al que es absolutamente adicta desde que tenía diez días. Cuando aún con todo eso le cuesta dormirse en esa extraña batalla que a veces tienen los bebés consigo mismos para dormir, le das un trapito o un pañuelo, lo agarra con sus dos manitas, lo aprieta contra su carita y en cuestión de segundos cae rendida de la manera más tierna y emocionante que se pueda ver jamás.
También Elsa será una charlatana, está ahora todo el día tatata, mamama, babababa, awawawa, papapapa y seguro que dentro de muy poco ya es otra lorita como sus hermanos.

Naia comenzará en apenas un mes el colegio, mi pequeña irá a repartir alegría a otros niños y maestros. Se extrañarán mucho ella y el abuelo Manolo pero se llenará de historias maravillosas para contarle . Y él seguirá enseñándola a recitar Platero para que siga asombrando a todo el mundo allá donde vaya. Ahora, cuando se enfada, te dice -Yo soy la nieta de mi abuelo-. Mi fierecilla. Como si fuese una de esas personas que dice -No sabe usted con quien está hablando-, pero sin un ápice de petulancia. Puro corazón mi niña, pura nobleza. Como cuando defiende a su hermano de los ataques de su tío, o a su mami de las cosquillas de papá. Es como una leona. Y me encanta, porque nadie podrá achicarla nunca. Porque será siempre como una superluna, más brillante que el resto, capaz de eclipsar a un cielo cargado de estrellas fugaces.


El tiempo sigue corriendo, se suceden los días, los milagros y miserias del planeta. Desde hace millones de años todo cambia y todo permanece. Como la luna, que hoy será distinta y será la misma cuando ya no estemos. Cada árbol que plantamos, cada caricia, cada palabra, como estas mías, son para ellos. Para que el tiempo no se lleve su infancia, para que conozcan cada momento de su vida, cada estrella, y el olvido no las ensombrezca.