lunes, 15 de junio de 2020

2020

















































Este año será uno de esos marcados en los libros, si es que en un futuro existen, de Historia. Un año que llorarán cientos de miles de familias que perdieron a sus seres queridos sin poder siquiera despedirse. Una tragedia que hemos sufrido de cerca y que por poco nos parte el alma. Afortunadamente mi padre venció la batalla.

Llevamos desde marzo encerrados en casa. Las calles, los colegios, los parques, teatros, museos, estadios... vacíos. El tiempo pasa muy despacio para algunos que tratan de matar las horas aprendiendo idiomas, leyendo libros, investigando sin mucho éxito sus posibilidades en el mundo de la peluquería... salvándose a sí mismos y a los demás, en definitiva.

Está prohibido abrazarse, besarse, tocarse o hacer cualquier otra cosa que requiera estar a menos de dos metros de distancia. Los abuelos llevan meses lejos de sus nietos, los amigos sin hombros en los que llorar y todos sumidos en un desconcierto sin precedentes en el último siglo. Una vez cada 100 años ocurre la hecatombe, dicen.

Para mí la vida ha seguido igual, trabajando turnos de 15 horas tres veces por semana, combatiendo en primera línea no la enfermedad, sino el abandono que a veces sufren quienes son más vulnerables.

Los niños han estado todo este tiempo en casa, creyéndose en una suerte de eternas vacaciones -el sueño de cualquiera en su infancia- y trabajando poco. Tan poco que Naia echa de menos volver a las aulas. No se sabe si en Septiembre tal vez se pueda.

Elsa comenzó de nuevo hace un par de semanas en una clase de 8 niños. Mi niña pequeñita, tan contenta volviendo a su cole para contarle a su nueva maestra y sus amigos que ya por fin se le mueven dos dientes. Casi la última vez de sus primeras veces. El Hada de los dientes ya está esperando ese tesoro que algún día será lágrima de nostalgia.

Gael, en lo que podría ser un claro homenaje a mi yo de 12 años, ha estado dos meses sin hacer casi nada mientras hacía desaparecer (milagros de la técnica) sus deberes pendientes por obra y milagro de un solo click: Done.
El último mes no lo ha tenido tan fácil, descubrimos su estrategia y ahora los días se le vienen largos y cuesta arriba poniéndose al día mientras deshoja, poco a poco a veces y muy rápidamente otras, nuestra paciencia. 
No le culpo, yo lo hubiese hecho exactamente igual, seguramente peor. Para su mala suerte, le prefiero mejor de lo que fui.

Así pasan ahora los días en un año que se diría que no ha existido de no ser por los muertos sumidos en un calendario fantasma, de agendas vacías, pocas fotos y mucho que aprender y recordar, sin embargo.

A un mes y poco de mis cuarenta lo único que le pido a la vida es que nos sigamos salvando de esta o cualquiera otra enfermedad que amenace con llevarnos por delante.
Lo único que pido es seguir viviendo, amando, y ver crecer a mis hijos.