lunes, 8 de diciembre de 2014

El cumpleaños de Elsa y la felicidad























Hace justo un año, apenas llevaba cuatro horas con Elsa en brazos, con la mayor sensación de triunfo y felicidad que se pueda imaginar. Aquella noche, su manera de llegar al mundo y prácticamente cada cosa que he vivido con ella ha sido diferente. Ella es diferente. En realidad cada uno lo es.
Gael ya es todo un muchachito que se reafirma en su identidad cada día y aunque es algo protestón y sigue chinchando a Naia sin parar, es un niño absolutamente maravilloso y cuando asoma ese Gael mágico, tierno y divertido... es sublime. Ya comenzó primaria y ahora hace cada día sus deberes unas veces con suma diligencia, otras parece que se le fuese la vida con cada número o letra. Se me hace tan extraño ver cómo se hace mayor, cómo juega con sus amigos o baila la peonza mejor de lo que nunca supe hacerlo yo. Veo que se me va de las manos. Él y el tiempo. Y me da la sensación de que, de pronto, esas fantásticas notas que ahora saca en sus exámenes serán las que saque en la universidad y yo seguiré viéndole como un niño. A mi pequeño cachorro. Me gusta agarrarle como cuando era chiquitito y darle palmaditas en el culo y besos en la frente, achucharle, acariciarle, antes de que se me escape del todo y rechace mis besos y se avergüence de mi, como algún día hicimos todos. Me da vértigo  porque no sé cómo se prepara uno para estar a la altura en ese crítico momento. Pero eso será esa historia, me quedo ahora con su carita cuando le digo que me mire y él me mira sabiendo que lo que viene a continuación es que yo me sumerjo en esos ojazos verdes y le digo que no puedo más, que me voy a desmayar porque son los ojos más bonitos que he visto en mi vida. Y él, entre tímido y orgulloso hunde su lengua en el moflete y me mira con toda la inocencia que cabe en su escuálido cuerpecillo. Cuánto queda por descubrir y qué ganas también de que se desvele cada parte de su misterio.
Naia es realmente increíble, su derroche de simpatía e imaginación es una fuente inagotable de felicidad. No importa si baila, canta, pinta sus disparatados monigotes o te cuenta una historia recién sacada de su delirante cabecita. Todo lo convierte en prodigio. De vez en cuando se enfada y chilla  en esa frecuencia suya que deben oír hasta los delfines. Se enfurruña y no entra en razón. Sobre todo si tiene que recoger. Ella lo soluciona con un "no quiero" y se queda tan ancha. No quiere, y punto. Y no lo hace. Da igual cuánto amenaces con quitarle, con ir o no a algún sitio. No quiero. Se acabó. Pero ¿por qué Naia? Porque no quiero.
Luego vas, intentas que razone, la engatusas con lo bien que lo hace siempre y lo buena, bonita y dulce que sería si lo hiciese también esta vez... y parece que va entrando. Le puede el ego.
Como empezó el cole este año ya no puede ir con el abuelo y, superado el trauma inicial, sobrellevan  la situación con largas conversaciones diarias en las que ambos se cuentan qué han hecho a lo largo de la jornada. La situación es la siguiente, ella coge el teléfono y, como si fuera una mezcla de Groucho Marx y un inversor de bolsa, pasea salón arriba, salón abajo relatando, inventando y corrigiendo cosas al abuelo. Es realmente divertido ver cómo hablan, cómo hace sus pausas dramáticas y mientras con una mano sujeta el teléfono con la otra se echa el pelo hacia atrás, así, con desdén, y luego continúa hablando. En realidad siempre continúa hablando, con el abuelo, conmigo, con su hermano, con su padre, con el aire y con la mosca que pase porque no calla. Nunca calla. Bendita cada palabra.
Y Elsa, mi pequeña bebé, que aún duerme, es la cosita más tierna que he visto en mi vida. Tras su fortaleza, tras ese genio que se adivina ligeramente endemoniado, está la niña más dulce que se pueda imaginar. Elsa me ha cambiado, hay algo en ella que me ha hecho conectar con mi yo más primario y a su lado soy toda instinto. Me siento un animal y ella mi pequeño cachorrillo. Nos buscamos, nos olemos, nos tocamos, necesitamos estar en contacto, abrazarnos, oírnos, vernos. Vivirnos. No pensé jamás que fuese a necesitar tanto a alguien ni que el vínculo iba a ser tan ajeno a la razón. Ella es mi oxígeno. Con ella estoy a salvo.
Lleva un mes malita, llena de toses y mocos y la última semana totalmente afónica. Lo único que emite es una especie de maullido ronco mientras caen de sus ojazos unas enormes lágrimas. Entonces la cojo, la abrazo, le limpio la carita y comienza a sonreír dejando ver sus seis dientitos perfectos, increíblemente hermosos. y detrás, dos muelas prematuras que nos han complicado bastante el último mes porque a la pobre se le ha juntado todo.
Mi niña, que dentro de muy poquito se soltará a andar, dice Agua (Awa en realidad) y Hola con absoluta precisión y ronda el Mamá y el Papá aún sin alcanzarlos, pero parece que hablará igual de bien que sus hermanos.
Hoy es un día precioso y doy gracias a la vida por permitirme tener una familia como la que tengo, por haberme dado el mejor compañero que se pueda tener, por estos once años de amor y entrega absolutos, por una hermana que es insuperable, por mis sobrinos, por mi padre, por mis amigos, por todas las personas que forman parte de manera honesta e intensa de mi vida. Y sobre todo por mis hijos, que son el resumen de todo lo que en algún momento pude querer o necesitar, que son mi latido, que son principio y fin de mis sueños.
Felicidades mi pequeña bebé. Mamá te adora.