La segunda dosis de España fue casi mejor incluso. Esta vez los niños vinieron conmigo y, aunque David se quedó en Cambridge y le echamos de menos, fue maravilloso. Pasamos unos días en casa de mi hermana y cuchipandeamos de lo lindo. Luego bajamos a Córdoba con mi padre donde estuvimos 5 días y después volvimos a Madrid con mi hermana para la despedida y cierre.
Volver a Córdoba después de tantos años fue realmente emocionante. Llevar a los niños de la mano por sus calles y compartir con ellos los recuerdos, los lugares, las historias. Llegar a la puerta de la Fundación Antonio Gala, donde empezó todo, y descubrir que estaba abierta. Pasar, ver a Antonio, visitar de nuevo la fuente y el naranjo, el estudio de música, reencontrarme con mi yo de hace 18 años y que la voz de mis hijos se adhiera para siempre a esas paredes, que las acoja ese cielo limpio, habitando el mismo espacio que sus padres, sus abuelos, su bisabuelo. Todos en comunión, unidos en el lugar donde mi vida se transformó para siempre.
Volver a Córdoba a ver a mi padre, a abrazarlo en la península mullida que habita, una cama asida al pavo real que pintó para mi madre. Y de ahí al vergel que custodia la pequeña casa. Esa es su vida ahora: la vegetación, el loro blasfemo que dejó de ser Ramiro para ser Góngora al pasar Despeñaperros, los 28 °C de finales de octubre, mi tíos y primos cuidándole y disfrutándole, sus amigos de la infancia...
En este viaje he decidido volver, siempre que pueda, y disfrutar de esta familia maravillosa, toda junta, que me hace tan feliz. Ojalá las circunstancias lo permitan.