lunes, 30 de diciembre de 2019

Primavera























Elsa es la niña más dulce de este mundo y cada vez que la miro todo lo que está roto, se cura dentro de mí. Elsa me sana. Incluso cuando me habla en inglés porque la pobre no sabe decirlo en su lengua materna y yo le digo "En españoool...." y ella lo intenta y no puede, y yo le digo lo que tiene que decir y lo dice, pero mal y yo me desespero... Incluso entonces, quizás a veces más, ella me sana.

Naia me ilumina. Ella deslumbra en cuanto hace, su capacidad de entender y procesar las emociones propias y ajenas es extraordinaria. Su bondad, su alegría, el punto de locura que le añade a todo y su nobleza te dejan sin palabras. Ella ve más allá de lo visible. Naia adivina, engrandece, siempre suma.
La verdad está en sus ojos. Y la esperanza.
Naia es otra cosa.

Gael es la repuesta. En él mis miedos y mi esperanza. De alguna manera yo fui igual, en un cascarón de silencio. Todo parecía bien simple desde fuera. Dentro estaban la tormenta y la paz.
Poco a poco va rompiéndose, haciéndose permeable a la caricia, a la música, al encuentro.
Yo le espero, le abrazo, aún le acuno y me dejo sorprender por su lógica aplastante, por su capacidad de simplificar a veces las cosas o de polizarlas.
Y por su ternura. Agazapada. Sobresaliente.