Tiene pensado conducir un coche, tocar el techo con las manos y tener muchiiiiiisimos zapatos nuevos y brillantes. Pero eso cuando cumpla cuatro años. Hay días que lo piensa mejor y lo pospone hasta los cinco. Mientras tanto sigue con sus enfados, sus pataletas, sus asombrosos razonamientos y deslumbrante inteligencia, que a veces de verdad, asusta. Continúa emocionándome con su ternura, cuando me pide mimos y abrazos y cuando me dice que me quiere mucho en cualquier situación. Saben a gloria sus palabras y el tacto de sus manitas cuando me acaricia. Es sencillamente increíble y aunque a veces me saca de quicio porque no parece contentarse con nada y parece que todo con él acaba siendo un drama, el Gael mágico que gateaba moviendo su culete y su cabecita y hacía todo más hermoso con sólo mirarlo desde sus ojazos verdes, aparece y compensa todo lo demás. Todo es dulzura y merece la pena toda la paciencia que ha quedado en el camino. Olvidas los Nunca te voy a querer, los pellizcos a Nana y a su hermana, la estatua desafiante en que se convirtió en la actuación de Navidad mientras los otros bailaban, olvidas al niño que en el fondo no es para ver al auténtico Gael noble y bondadoso, al niño de mis ojos, mi pequeño bebé a punto de cumplir cuatro años.