Hoy, mientras hacía la cosa más hermosa que nadie puede hacer que es dar el pecho a mi bebita linda, he sido consciente de lo afortunada que soy por tener los hijos que tengo y lo enamoradísima que estoy de ellos. El amor que se siente es tan grande y tan puro que jamás nadie será capaz de hacerle justicia con palabras, ni con colores, ni con nada que no sea una mirada, una caricia o un abrazo. Sólo así, sintiéndolo, haciéndolo sentir, podrá uno llegar a expresarlo. No vale otra cosa que no sea demostrarlo.
Les miro y veo cómo crece Naia cada día, cómo hace brillar cuanto la rodea cuando sonríe con esa vitalidad que desprende, con esas ganas que parece tener de comerse el mundo. Y Gael, que aún es mi niño pequeñito y cuando se duerme, rendido por sus aventuras cada vez más grandes y agotadoras, aún hace el gesto de mamar y me recuerda el día que llegó a mi vida y le sostenía entre mis brazos mientras le miraba hacer ese mismo gesto y me derretía de amor.
Espero hacerme muy viejita a su lado, tener la suerte de disfrutar de sus vidas, de su amor y poder ofrecerles el mío cada día y ayudarles detrás de cada caída a levantarse. Espero estar ahí, siempre, disfrutando de sus ojos, aunque me quiten el sueño.