Hoy he releído algo de lo que escribí cuando comencé este blog, cuando cambié del de Gael a este para dar cabida a Naia. Durante estos siete años −casi diez desde que empecé a escribir en el primero− solía entrar para ver las fotos o para recuperar algún detalle si me fallaba la memoria.
Creo que por primera vez, vuelvo a releer con atención lo que en su día escribí para ver si me encuentro, si me reconozco en las palabras. Y me siento ajena.
Sin embargo hoy algo me reconecta con el mundo y con aquella yo que solía escribir. Es martes y los niños están de vacaciones en su half term. Hemos jugado toda la mañana y ahora termina de hacerse un cocido casi madrileño en Cambridge. El olor es el mismo, idéntica la esencia que me traslada en el tiempo y el espacio de Carabanchel, Arturo Soria, Santander, Getafe... hasta aquí, muchos años después. Soy yo la madre ahora. En mí ahora el silencio.
Pero decido hablar. Y por primera vez un post sin fotos, solo mis manos al descubierto. Y un poema que llega como un mensaje 70 años después de que él lo escribiese.
Tal vez tenga sentido no callar, tal vez tenga sentido, si él lo pide, perpetuar el instante.
Por qué te olvidas y por qué te alejas
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de desesperanza
si eres muy joven, y las cosas viejas.
Las orillas que cruzas las reflejas;
pero tu soledad de río avanza.
Bendita forma que en tus aguas danza
y que en olvido para siempre dejas.
Por qué vas ciego, rompes, quemas, pisas,
ignoras cielos, manos, piedras, risas.
Por qué imaginas que tu luz se apaga.
Por qué no apresas el dolor errante.
Por qué no perpetúas el instante
antes de que en tus manos se deshaga.
José Hierro. De Alegría (1947)