Naia llora desconsolada en el suelo mientras agita sus brazos con indignación y contundencia reclamando atención.
Chilla como un pequeño gorrinillo y golpea su frente contra lo que más cerca tenga; la pata de la silla, de la mesa, un juguete, una pierna y, si no hay nada, dobla su cuerpecito hasta que da con el piso la frente. Entonces vas, la coges y, como por arte de magia, la rabia y las lágrimas son sustituídas por un "Hola tataaaaaa" y ya todo vuelve a ser alegría. No he visto jamás un ser tan agradecido como ella ni que se contente tan rápida y plenamente.
Mi pequeña triponcilla sigue sin gatear y creo que ha decidido que lo de andar puede esperar también mientras pueda seguir doblando sus rodillitas ahora para un lado, ahora para el otro, y moverse a su antojo por la casa arrastrando el culo por doquier.
Está hecha toda una señorita que come los gusanitos o aspitos suavemente, normalmente con dos deditos, como si se tratase de un delicado manjar. Lo coge, lo mira y lo mete en la boca y con una sonrisa deja que sus siete dientes den buena cuenta de él y antes de terminarlo ya tiene otro en la mano para continuar con la ceremonia. Es tan dulce todo lo que hace...
Y ríe, ríe y ríe y sigue desprendiendo esa luz mágica que lo hace todo fácil, que lo convierte todo en felicidad, todo en alegría.
Gracias pequeña por ser tan increíblemente maravillosa.
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