Gael tiene los pies exactamente igual que yo, dudoso honor concedido por la caprichosa genética.
De su padre la heredada pasión desmedida por Nana, nuestra cachorra, tanto mejor cuanto más bóxer.
Nana tiene inmunidad para subirse a camas, sillones o cubos de basura. Es una consentida que con su pachorra y morro chato aunque cara dura, acaba consiguiendo todo lo que quiere, porque aunque voy yo a poner orden, al final todo el mundo hace oídos sordos.
Nana llegó a nuestras vidas con tan sólo ocho semanas y ahora que tiene casi ocho meses me doy cuenta de que esa cachorrota achuchable pronto será una jovenzuela llena de energía y amor. Igual que Gael. Pasarán los años y serán compañeros de viaje de tantas aventuras que me emociona pensar que quedarán para siempre grabados en la vida del otro. Nana siempre será su perra, como lo fue Buster para David, y aunque vengan otros después, él siempre querrá un bóxer para sus hijos porque con él le estará queriendo entregar parte de su infancia, y de paso, recuperarla para si.
Nana es su sofá, a veces casi saco de boxeo y a veces almohada. Le estira la lengua y le toca los pelillos de la oreja cuando duerme, la persigue, la agobia... y de pronto quedan la una al lado del otro, acariciándose, queriéndose, siendo amigos.
Creo que todos los niños deberían tener un perro y que muchos adultos deberían aprender de la manera de quererse niños y perros. En realidad muchos adultos deberían aprender de la manera de querer de los perros.
Ellos nunca fallan y yo intentaré que Gael aprenda a respetarlos siempre, a amarlos, a cuidarlos y a darles la oportunidad que tantos les niegan.