El miércoles será el primer día de cole de Gael, atravesará la puerta llevando en una mano la emoción por entrar por fin al "Cole de los zagales" y en otra su extrema timidez. No sé quién vencerá a quién, pero se apoximan días duros. Sé que le costará, que se sentirá indefenso y solo y es muy probable que los primeros días no pronuncie palabra ni se mueva apenas del sitio. Yo intento animarle, contarle historias maravillosas de reencuentros con amigos y nuevas aventuras con niños nuevos, pero la realidad es que él cruzará esas puertas y se sentirá triste y perdido y yo no podré protegerle ni podré hacer que entiendan, por muchas notitas de madre paranoica que le envíe a su maestra, que detrás de ese Gael que se hace pequeñito casi hasta desaparecer, hay otro Gael divertido, charlatán y disparatado; un niño maravilloso al que le cuesta salir y necesita mucha paciencia y dulzura. Los que le conocéis lo sabéis, se pliega sobre sí mismo y no habla, no se mueve, apenas respira. Mira, desde esos enormes ojazos verdes desconfiado y casi advirtiendo "no te acerques a mi". Sentencia y uno se queda al otro lado, esperando ese momento fantástico en que, como si fuera una palomita de maíz, ¡plof! surge su otro yo. Y de pronto ya no eres muro contra el que chocaba sino montaña y te escala, te explora, te prueba, te baila, te canta. Se apropia de tí, te deja formar parte de su mundo. Todo un privilegio.
Espero que ese niño extraordinario no tarde en salir y que sepan verlo y esperarle. Mientras tanto, al otro lado de la puerta de esas aulas que me robarán tantas horas con él, yo esperaré para abrazarle, curar sus heridas y secar sus lágrimas.