Hoy me siento en absoluta paz, un sentimiento de los más placenteros que alguien pueda experimentar jamás. La sensación del deber cumplido. A cero la lista de asuntos pendientes. Un día para dedicarlo a vivir desde la alegría, desde el prodigio de entender lo valioso del tiempo. Lo único que poseemos en realidad en esta vida, porque lo otro, el amor que acumulamos, viene siempre con nosotros, vida tras vida. Todo pasa, pero todo permanece, somos un árbol milenario guardando en sus anillos las estaciones que, una tras otra, van desembocando en una muerte que no cesa pero que permite a la vez la vida. Así en invierno nos sentimos desnudos, vapuleados por el frío, pensando que la primavera nos ha abandonado. Pero el árbol no se rinde porque recuerda que la primavera sólo es posible tras el invierno y que indefectiblemente vendrá y con él los pájaros, las flores, las abejas... la vida volverá cuando esté lista para desplegar todo su esplendor. Mientras tanto, enero lo baña en escarcha, el verano ofrece sus frutos, otoño sus colores. Ese es el baile de la existencia, todo hermosamente necesario. Lo que ocurre no es posible sin lo anterior.
Yo bendigo cada paso del camino, cada fragmento de eternidad que me permite ser lo que soy y lo que gracias a ello seré. Me siento más preparada que nunca para que esa paz guíe mi vida y me lleve o me devuelva a las estrellas.