Sucedió todo tan rápido y fue tan irreal que aún me cuesta creerlo. Poca gente entiende lo crucial que son los caballos en mi vida, lo mucho que significan para mí. Desde que mis hijos son pequeños he intentado transmitirles la pasión sin imponerla, regalarles toda suerte de juguetes, figuras, referencias equinas... sin éxito. Pensé que si a ellos les gustaba, sería mi oportunidad para volver a ese mundo. De volver a la paz, al olor, a aquella felicidad que nunca he encontrado igual desde entonces. Pero, pese a mis intentos, nunca llegaron a estar realmente interesados.
Fue en febrero, en uno de esos centros de rescate de animales, que parecen prometedores y que siempre acaban decepcionándome, donde había dos caballos para que los niños dieran una vuelta. Me tragué mis principios y accedí a que las niñas los montaran. Aquella vuelta lo cambió todo. Bajaron diciendo, "Mamá, yo quiero montar a caballo", y se prendió la llama.
Desde entonces busqué sin descanso una escuela de equitación y lo que encontré, como norma general, fue un año de lista de espera para empezar acceder a las clases. Tras un par de semanas casi me di por vencida. Compartí con algunos amigos mi frustración y uno de ello me dijo que tenia una amiga con caballos que lo dejó todo para dedicarse plenamente a ellos. Era una ex compañera de David, de la que recuerdo que me había hablado. Le preguntó si ella podría ayudarnos y dijo sí. Hablamos de cómo haríamos, me mandó fotos de la yegua que montarían las niñas y de la potra con la que la que podrían jugar también. River y Elowyn. Imprimí las fotos que les daría en el cumpleaños de Naia, compré las botas y los cascos y esperé hasta el día de la sorpresa.
La felicidad de aquel día, que culminó en una visita a las yeguas, fue casi insuperable. A partir de ahí nos valieron solo tres visitas para darnos cuenta de que necesitábamos nuestro propio caballo. Y los astros se fueron alineando. Dimos con el sitio perfecto, a solo 5 minutos de casa, un lugar lleno de niños locos por los caballos donde podríamos tener a nuestro futuro miembro de la familia. Una semana de búsqueda y una decepción que nos llevó al momento donde encontramos a Lottie.
No creo que sea capaz de explicar por qué ella. Veníamos de un plantón con una yegua que yo creía perfecta. Las niñas estaban decepcionadas y fueron a probar dos caballos a ver si había conexión. Aquellos dos caballos hubieran sido una buena opción. Pero en un establo estaba ella y no sé si sus ojos, no sé si tu posible tristeza, algo me dijo ven. Y fui. Fui una, dos, tres veces. Y cada vez que iba y la tocaba, algo realmente poderoso me hacía volver. Era un pony, había llegado el día anterior y estaba sin domar. Desde luego no era la mejor elección para dos niñas que nunca habían montado y, por su tamaño, no era tampoco una opción para mí. Jamás podría montarla.
Pero era ella. Algo inexplicable me dijo que era ella.
El día siguiente la compramos. Fue un día grande. Un día grande.
Luego llegó la duda, llegaron los momentos difíciles con ella. Mostró su fuerza, mostró su carácter. Un día se entregó. Y desde entonces, no hay día que no dé las gracias.
Ella es parte ahora de la familia. Lottie es un sueño hecho realidad. Ojalá sepamos estar a la altura de su nobleza.