Dicen que cuando el universo cierra una puerta, abre una ventana. Supongo que es la manera de entender que lo que entra o salga de tu vida, depende más del destino que de nuestra voluntad y que hay que estar tranquilo porque a fin de cuentas, la vida tiende a ir a mejor y Dios aprieta pero no ahoga, aunque a veces lo parezca.
Agosto se ha convertido en ese puño que te estruja hasta dejarte asfixiado y cuando hemos retomado el aire, éramos de pronto personas distintas.
David y yo nos separamos definitivamente. Nuestra historia de amor y los cimientos de la familia son tan sólidos que nada podrá ponerlos nunca en jaque. Está siendo muy duro recolocarnos después de tantos meses de caos y crecimiento individual y como familia.
Aún nos estamos reconociendo a nosotros mismos e intentando dar los primeros pasos hacia nuestras nuevas vidas que, sin duda alguna, nos tienen guardadas prodigios maravillosos. No merecemos menos que eso. Y estaremos celebrándonos siempre el uno al lado del otro. Somos compañeros de viaje por encima de cualquier otra cosa y para toda la eternidad. Sólo tengo gratitud hacia lo que hemos sido, vivido y creado y sé que nos vamos a cuidar y honrar toda la vida. Porque no hacerlo sería ir en contra de lo más sagrado que somos y tenemos, el amor. Un amor y un respeto que nunca van a desaparecer.
Pese a la tormenta de agosto hoy cerramos el mes yendo a Cambridge a pasar la mañana, estaba preciosa, como siempre y, como siempre, me sentí bendecida por poder pisar sus calles, formar parte de su historia. Así vivo ahora mi vida, sintiendo el privilegio de estar viva en mi cuerpo. En el mío y no en otro, en mi historia, y no en otra. Repitiendo cada paso del camino para llegar a sentir lo que siento ahora, una paz absoluta y la certeza de que, pese al dolor, no creo que haya una persona en este mundo tan feliz y agradecida como yo por cada fragmento de vida que me conforma. Hasta el último segundo de mi existencia ha valido la pena. Y lo digo con gran orgullo.
Desde la convicción de que somos todo lo que en algún momento hemos, o no, hecho, pensado, dicho y sentido, si cada uno, que sabe perfectamente todo lo que ha hecho o no y por qué, actúa como su propio juez, tendría muy claro, incluso con un sistema de creencias limitantes decorando el espíritu, cuál sería su veredicto, sobre todo si en vez de uno mismo, fuera otro al que juzgara. Tendemos a ser más benevolentes con los errores propios que con los ajenos.
Yo, que intento ser todo lo justa que puedo, me he esforzado mucho por sentirme un ser humano decente entregada a hacer todo el bien que sea posible y evitar la mayor cantidad de daño. Porque el dolor, solo atrae dolor, y en algún momento hay que romper el ciclo. Ojalá fuera yo el último eslabón de esa cadena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario